Ha entrado un nuevo año, y fieles a la cita, aquí está la lista de nuevos propósitos que nos hacemos para ir sumando a la lista de otros años, que, por cierto, no se han cumplido. En ese momento pasan de ser propósitos a “malditos propósitos”.
Si tienes poco tiempo, te lo cuento en un minuto:
¡Malditos propósitos! ¿Qué tal si les llamamos intenciones?
Según leo en la RAE, la definición primera que da de propósito (del latín proposĭtum) es “el ánimo o intención de hacer o de no hacer algo”. Ojo a eso, “hacer o de no hacer”, y creo que ese es el problema, que si no los cumplimos, se quedan en meras intenciones, en deseos fugaces.
Y eso, claro está, conduce a frustraciones, ya que esos falsos propósitos se van hacinando año tras año en nuestro trastero mental mientras vemos atónitos a otras personas poniéndolos en marcha.
Convirtamos las intenciones en compromisos para que sean propósitos
Para pasar de mera intención a propósito necesitamos un ingrediente básico: compromiso. Y adquirir un compromiso, al menos en mi pueblo, es cosa seria.
Tomarlo en serio significa dotarlo de ciertos elementos, como un plazo de tiempo, un día límite, recursos materiales, emocionales. No es lo mismo plantearse adquirir una competencia técnica que plantearse dejar de fumar.
Vivécdota: A pesar de que apenas fumaba dos cigarrillos diarios, recuerdo que en 2005 me planteé dejarlo completamente. Para ello, tras el verano, puse una fecha: la Navidad. Durante esos tres meses investigué métodos para dejarlo progresivamente, basados en la voluntad, no en la magia ni en la química. Encontré a un doctor especializado que lo gestionaba en una sesión de hipnósis de 45 minutos. Lo hice, y lo dejé.
La técnica Napoleón Hill podría funcionar: pega tu propósito en la pared
El compromiso adquiere un carácter parecido al de un contrato si lo escribes . En su libro “Piense y hágase rico” (1937), Napoleon Hill explicaba que los objetivos (léelo aquí como propósitos) debían escribirse en mayúsculas, imprimirse a lo grande, enmarcarse y colgarse en la pared. Y cada día, leerlos, releerlos e interiorizarlos.
Quizás te parezca exagerado, pero créeme, cuando quieres algo, debes demostrarte que lo quieres con todas tus fuerzas, así que cualquier protocolo que nos recuerde la importancia del propósito es válido.
Foco y acción, mejor menos y más factibles
Otro error común en la creación de la lista de malditos propósitos es abusar del número de ellos. Cada propósito requiere un plan de acción y unos recursos, así que mejor que sean pocos y ejecutables.
Foco implica centrarse en aquel o aquellos propósitos que tengan mucha relevancia para nuestras vidas, ya sea en lo personal o en lo profesional (están más enlazados de lo que parece).
Y otro elemento importante es gestionar los tiempos. Algo importante no se hace de un día para otro, y normalmente requiere la ayuda de otras personas. Eso nos lleva a foco, recursos materiales y humanos y tiempo: como hacer un buen vino.
Cambia los malditos propósitos por propósitos factibles, pocos y buenos.
Aquí tienes el episodio 54 del podcast Todo Deja Marca con este tema. Lo puedes escuchar en iVoox, Spotify, Google Podcast y Apple Podcast.
Convencido de que todo deja marca, ayudo a empresas a conectar mejor con sus stakeholders a través de programas de personal branding (gestión de marca personal) y employee advocacy (programas de embajadores internos de marca).
Socio de Soymimarca e Integra Personal Branding, Brand Director de Omnia Branding, también colaboro con Ponte en Valor, Brandergizers, MoreThanLaw, Noema Consulting y Quifer Consultores.
Participo en diversos programas en IESE, ISDI y EAE, entre otras. Publicitario colegiado, Master en Marketing. Estudiante del grado de Humanidades.
Mi ADN publicitario viene de 20 años en agencias: Tiempo/BBDO, J.W.T., Bassat Ogilvy, Saatchi & Saatchi, Altraforma y TVLowCost entre otras.
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